Beato Pier Giorgio Frassati

León Blois, famoso autor francés del siglo pasado, el siglo XX, escribió que nunca un burgués podría llegar a ser santo. Gra­cias a Dios se equivocó medio a medio, porque, precisamente al iniciarse el siglo, en 1901, nacía en el seno de una familia de la alta burguesía de Turín, en Italia, un joven llamado Pier Giorgio Frassati, que en el corto lapso de 24 años logró probar que ser joven y burgués no es obstáculo para vivir en medio del mundo el pleno seguimiento de Cristo.

Su padre era el propietario y director del diario La Stampa, uno de los dos más importantes diarios de la Italia de entonces. Fue también senador del reino y embajador de Italia en Alema­nia, en el corrupto Berlín de la belle epoque. Pero, aunque nacido en cuna de perlas, su padre le enseñó desde pequeño las virtudes de la vida austera, del trabajo bien hecho, de la responsabilidad. Destacó en los deportes y practicó con soltura el montañismo, el ski, la equitación.

Su niñez y adolescencia fueron del todo normales, era alegre y buen amigo de sus amigos; lo suficientemente travieso como para que más de alguna vez lo echaran de clase o, incluso, lo mandaran suspendido a su casa, con la debida comunicación que su padre debía devolver firmada. No fue dotado con una inteligencia superior, al punto que en su casa y en el colegio le llamaban “cabeza dura” e, incluso, sus compañeros, haciendo un juego de palabras con su apellido -Frassati- le llamaban “Fracassati”.

Pero desde niño tuvo una singular piedad y vida de oración, unido a una caridad a toda prueba. De ella tomaron conciencia sus padres tan sólo después de su muerte, a los tempranos 24 años, cuando empezaron a desfilar por su elegante casa para darle el último adiós decenas y decenas de personas, muchas de ellas de condición muy humilde.

Dios lo dotó también de una voluntad férrea al punto que, decidido que lo suyo no era el sacerdocio sino el mundo, optó por la carrera de ingeniería en minas porque ello le permitiría trabajar en medio de los más sufridos de los obreros. Cuando uno de sus profesores del colegio le manifestó sus dudas sobre sus deseados estudios de ingeniería, le contestó que iba a ser ingenie­ro a costa de cualquier sacrificio.

A pesar del medio opulento en que vivía, su pureza y castidad eran transparentes, vividas en la más completa naturalidad con sus amigos y amigas que respetaban su religiosidad que también vivía con naturalidad. No se marginó de la vida política y cuando fue necesario, no dudó en utilizar los puños. Hasta fue detenido por la policía, y cuando ello ocurrió, nunca aceptó que lo dejaran libre por el sólo hecho de ser hijo de un senador, si no salía junto al resto de sus compañeros detenidos.

En secreto de su vida estuvo en su íntima relación con Cristo. Todos los días se levantaba antes que el resto de su casa y se iba a Misa, donde comulgaba diariamente y se quedaba en oración. Era el punto de partida de sus jornadas intensas en las que transmitía, con la naturalidad de lo cotidiano, la fuerza de Cristo Eucaristía.

Murió en 1925, tras una rapidísima enfermedad, cuando tenía 24 años. Lo beatificó Juan Pablo II. Con su vida, Pier Giorgio Frassati demostró que se puede ser santo en los pasillos de una universidad, con tres kilos de libros bajo el brazo. Que él interce­da por la juventud de Chile, de América y del mundo.