El cardenal Fulton Scheen fue arzobispo de Nueva York en la década de los años sesenta del siglo XX. Entre sus muchas cualidades estaba la de ser un gran orador y fueron decenas de miles los norteamericanos que lo escucharon por la radio y la televisión. Ya anciano, poco antes de morir fue entrevistado en la televisión y, entre muchas otras, el periodista le preguntó de dónde se había inspirado para haber entusiasmado a tantos miles de estadounidenses con sus conferencias. El cardenal le sonrió al periodista y sonriente le contestó: “fue una niñita china de diez años”. Y contó la siguiente historia que él había recogido, siendo todavía un joven sacerdote, de labios de un misionero en China, en la época de la llegada al poder de los comunistas.
Un día irrumpió en la misión un grupo de soldados marxistas destruyendo todo lo que encontraron. Entraron a la Iglesia, rompieron el sagrario, tiraron las Hostias consagradas por el suelo e hicieron trizas todo lo que pudieron. El misionero fue apresado y encerrado en la misma misión, en una habitación con ventana que daba a la destruida Iglesia. El misionero tenía claro que había 32 Hostias consagradas en el copón, las mismas que yacían en ese momento esparcidas por el suelo entre los restos de los altares, imágenes y bancos destruidos. Lo que los soldados no vieron, pero que sí vio el misionero, fue una niñita china de diez años que desde un rincón había visto la orgía de destrucción que habían protagonizado los marxistas. Esa noche, desde su celda, el misionero vio cómo la pequeña, aprovechando que el guardia estaba dormido, entró en la Iglesia, hizo una hora de adoración ante las Hostias esparcidas por el suelo y después se agachó delante de una de ellas y con la lengua la tomó y consumió. En esa época los laicos no podían tocar con sus manos las Hostias consagradas. La misma escena se repitió durante 32 noches: la pequeña chinita se arrodillaba y adoraba durante una hora y después consumía una Hostia, recogiéndola con la lengua. La última noche, después de un largo rato de oración y de haber consumido la última Hostia, inadvertidamente la niña hizo un ruido que despertó al guardia quien, al verla, le propinó con el fusil un terrible culatazo en su cabeza a consecuencia del cual la niña falleció casi en el acto.
Cuando el futuro cardenal escuchó esta historia, por lo demás verídica, hizo el firme propósito de hacer diariamente al menos una hora de adoración ante Jesús presente en la Eucaristía. Esas largas horas habían sido la fuente de inspiración de sus conferencias que le habían hecho famoso y con las que hizo tanto bien a tantas almas. Todo, gracias al ejemplo lejano de esa pequeña niña china.
Nosotros tenemos a Jesús esperándonos en numerosos sagrarios de Valparaíso y Viña del Mar, ¡pero lo tenemos tan abandonado! ¿Qué tal si se anima a visitarlo algún rato durante esta semana? Estamos de vacaciones, tenemos tiempo. Además, usted no arriesga nada a diferencia de la niñita china. Por el contrario, se encontrará con Jesús que quiere desbordar en usted todo el amor de su Sacratísimo Corazón. Que Santa María, a la que saludamos desde este puerto como Stella Maris, nos alcance la gracia de centrar nuestra vida en la Eucaristía y hacer de la adoración eucarística la más importante de nuestras actividades cotidianas.