Oposiciones de los radicales a la erección del obispado de Valparaíso

El 18 de septiembre de 1925, el presidente Arturo Alessandri Palma, en una solemne ceremonia celebrada en el Salón Rojo de La Moneda, en presencia de todo el gabinete y del cuerpo diplomático, dictó el decreto promulgatorio de la nueva Constitución Política del Estado que entraría en vigencia un mes después, el 18 de octubre de 1925. El artículo 10 N° 2 de dicha carta fundamental aseguró a todos los habitantes de la República "la manifestación de todas las creencias, la libertad de conciencia y el ejercicio libre de todos los cultos" que no se opusieran a la moral, a las buenas costumbres y al orden público. Se ponía término, con esta sencilla frase, al secular régimen de patronato por el que habían discurrido en Chile las relaciones entre el poder espiritual y el poder temporal desde que Chile se incorporara al mundo civilizado a partir de su conquista. El mismo día 18 de octubre de 1925, el Papa Pío XI, mediante la bula Apostolici muneris erigió las diócesis de Talca, Rancagua, Valparaíso y San Felipe, separadas todas ellas de la arquidiócesis de Santiago.

La creación del obispado de Valparaíso no era, empero, una aspiración nueva. En el decreto con el que el arzobispo Valdivieso había erigido el 2 de julio de 1869 el seminario San Rafael de Valparaíso manifestaba: "el seminario de Valparaíso produci­rá eclesiásticos nativos de allí mismo y de los contornos, sin los cuales no solamente es difícil satisfacer las actuales exigencias, sino que sería imposible que pudiera poseer una Silla Episcopal, a que está por otra parte llamada". Y proseguía desarrollando la misma idea en estos términos: “la erección de un obispado sin sacerdotes, lejos de mejorar, empeora la asistencia de los fieles, al menos durante algún tiempo, porque nada puede hacer el obispo sin auxiliares; si ahora se envían de fuera sacerdotes a Valparaí­so, separada esta ciudad del arzobispado, aquéllos volverían a su propia diócesis, y el nuevo obispo se encontraría sin ellos y sin un seminario establecido en que formarlos”. Y concluía este ra­zonamiento sentenciando: “por esto, los que han representado la necesidad de condecorar a Valparaíso con sede episcopal, deben comenzar por promover el seminario como único medio de lo­grar alguna vez sus justos deseos”. El arzobispo se refería a los ve­cinos de Valparaíso, que por esos mismos años habían solicitado en 1869 y nuevamente en 1872, la creación de un obispado en esta ciudad.

La propuesta, sin embargo, estaba llamada a tener un camino azaroso. El confesionalismo del Estado de Chile y el consecuente régimen de patronato exigían que la erección de una diócesis fue­ra materia en que debía intervenir el Estado con participación no sólo del ejecutivo, sino también del legislativo. Y fue en este lugar donde la oposición fue más tenaz por parte de un grupo muy in­dividualizado. En un informe que el nuncio apostólico en Chile enviaba al cardenal Secretario de Estado del Vaticano en 1924 le hacía presente que “desde mi llegada a Chile, con los varios ministros de asuntos exteriores con los cuales he debido tratar, nunca omití ocuparme de la creación de nuevas diócesis en esta nación; pero nunca me fue posible obtener de ellos el consenso necesario y ello a causa de la oposición de los radicales".

Fue, precisamente, este partido político el que se opuso frontalmente a que se creara este obispado. Pero el mismo día en que entraba en vigencia la nueva Constitución que separaba al Estado de la Iglesia, la Santa Sede, con la libertad que la caracteriza, sin que ningún partido político ni poder del Estado pudiera impedirlo ahora en atención a la nueva realidad constitucional que separaba la Iglesia del Estado, erigía el obispado de Valparaíso. Páginas de la historia que, es cierto, se comprenden a la luz de la época, pero que es bueno de vez en cuando recordar.