La oración es el alimento del alma.
Lo hemos escuchado muchas veces y seguiremos escuchándolo con frecuencia. Pero
parece que nos hacemos poco eco de estas palabras porque quizá no rezamos todo
lo que necesitamos o nos convenga. Se puede orar de diversas maneras y así es
posible distinguir diversos modos de oración y estoy cierto que usted practica
varios de ellos. Una de esas modalidades de oración, sin embargo, no parece la
más popular, es la oración de adoración.
La adoración es la oración por
excelencia, pues es dar a Dios lo que le corresponde por el hecho de ser lo que
es. Se le adora precisamente por ser Dios. Y Dios es el único a quien dirigimos
la oración de adoración, es la única que dirigimos a Dios por ser Él. A nadie
más que a Él adoramos. A la Virgen y a los santos los reverenciamos y los
tenemos por intercesores y nos podemos dirigir a ellos de mil maneras, pero
nunca podremos dirigirles a ellos la oración de adoración, porque la adoración
es privativa de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo. Por supuesto
que nada impide que, junto a la adoración, dirijamos peticiones a Dios. Él
mismo nos ha instado a ello y, con más frecuencia de lo conveniente, es ésta
oración de petición la que más acude a nuestro corazón y a nuestros labios.
El problema es, y usted se estará
preguntando, en qué consiste la adoración, cómo puedo hacer yo una oración de
adoración. La verdad es que resulta bastante más fácil de lo que puede imaginarse.
Por de pronto, se adora de palabra, diciéndole a Dios que le adoramos, con esas
mismas palabras, que nos presentamos ante Él para adorarlo, y le pedimos que
reciba nuestro pequeño acto de adoración que es, al mismo tiempo, un pequeño
acto de amor.
Pero,
además, usted y yo sabemos que no se ora sólo de palabras, sino también se ora
con el cuerpo. Y según sea la posición que adopta nuestro cuerpo es lo que
queremos decir a Dios. Y la postura por excelencia de la adoración es la
posición de rodillas. Aunque no digamos nada con nuestros labios, el postrarnos
de rodillas delante de un Sagrario ya es una oración de adoración. Adoramos con
nuestro cuerpo y, mejor aún, si lo hacemos con nuestro cuerpo y nuestros
labios. Cada vez que va a una Iglesia y se postra delante de un Sagrario, ya
está diciéndole a Dios que lo está adorando. Y cada vez que en la Eucaristía el
sacerdote eleva la hostia y el cáliz consagrados y usted se pone de rodillas,
ya está adorándole con su cuerpo, reconociendo su divinidad. Precisamente el
sacerdote eleva la hostia consagrada y el cáliz con la sangre de Jesús para que
le adoremos. Por eso que da tanta lástima el ver que en esos momentos solemnes
y sublimes, haya personas que se quedan de pie, a veces con excusas tan tontas
como no querer ensuciar el pantalón o marcar las rodillas. Y no sólo están
perdiendo ellos la posibilidad de adorar, sino que están impidiendo que otros
puedan mirar y adorar la hostia y el cáliz que ocultan a nuestra vista el
cuerpo y la sangre de Cristo. Ya sé que hay personas que por edad o enfermedad
no pueden arrodillarse, pero ellas, para no impedir a los otros fieles que
puedan mirar y adorar bien podrían quedarse sentadas al borde del banco.
Ya son
numerosas las iglesias que están dedicando momentos de la semana a la adoración
de Jesús Eucaristía. Trate de ir con frecuencia y empiece a practicar la
oración de adoración, con las palabras, con el cuerpo y sobre todo, con el
corazón. Y cuando el día domingo el sacerdote eleve la hostia y el cáliz
repítale a Jesús con su cuerpo, de rodillas, y con sus palabras que adora su
santísimo cuerpo y su santísima sangre ocultos bajo la figura del pan y del
vino.