Fe y salud

La vocación del hombre a lo sobrenatural es una dimensión experimentada por él desde los principios de la civilización, constituyendo una tendencia de la que la historia ha dejado abundantes testimonios. Esta aspiración del hombre hacia lo que sobrepasa lo meramente natural constituye en él una dimensión que es esencial a su naturaleza, es decir, el hombre está hecho para tender naturalmente a lo sobrenatural, tendencia ésta que incluso ha sido puesta de relieve por la moderna psiquiatría. San Agustín se hace eco de ella cuando al comienzo de sus Confesiones escribe: “nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”.
Puesto que el hombre tiende naturalmente a lo sobrenatural no es de extrañar, entonces, que la vida y las prácticas religiosas tengan consecuencias positivas para la salud física y mental. Recientes estudios canadienses, por ejemplo, especifican que hasta un quinto de los fallecimientos que anualmente se registran en Canadá podrían atribuirse a un bajo nivel de vida espiritual. Se argumenta en dichos estudios que la dimensión interior de la espiritualidad otorga a las personas un sentido y una meta para sus vidas. Al sentirse conectados con un poder espiritual y al dejarse guiar por él, se reducen los niveles de tensión. Además, la paz interior que proviene de la práctica de una religión disminuye el deseo de comportamientos donde lo único que se busca es la satisfacción de los sentidos, como el alcohol, el tabaco y la promiscuidad sexual, que tanto dañan la salud. Asimismo, las personas que cultivan la dimensión espiritual de sus vidas suelen ser más caritativas, perdonan a los demás y desarrollan una vida social más rica.
Otras 42 investigaciones llevadas esta vez en Estados Unidos, sobre un conjunto de 126.000 personas, han venido a confirmar lo avanzado por los canadienses, añadiendo otros datos por cierto, más que interesantes: por ejemplo, que la asistencia regular a un templo de culto está relacionado a una vida más larga, porque la fe religiosa y la vida espiritual están conectadas con una mayor resistencia a las presiones de la vida, una orientación más positiva al nivel psicológico y menos preocupaciones mentales. Las personas que tienen una religiosidad pero no la practican viven un poco más; pero los beneficios son mucho más notables cuando hay asistencia regular a un templo. Mejor aún, los autores de los estudios notaron también que las mujeres se benefician más que los varones de la práctica religiosa, obteniendo casi el doble de beneficio en comparación con los varones. Incluso, uno de los estudios de la Universidad de Texas confirmó que la supervivencia a largo plazo después de intervenciones quirúrgicas del corazón depende de la religiosidad. Y otro estudio también norteamericano ha afirmado que las personas que, gracias a su vida religiosa, han logrado mayor armonía, un nivel de sentido en sus vidas y mayor control personal están en condiciones de controlar mejor su cáncer.
En fin, los ejemplos pueden multiplicarse. Pero ¿acaso es de extrañar que así ocurra? Obviamente que no, porque el hombre ha sido creado por Dios para volver a El. Nada más infernal, en consecuencia, que tratar de borrar a Dios, ya no sólo de la vida pública como algunos pretenden hacerlo hoy en nuestra patria, sino de la vida misma de las personas. Los regímenes totalitarios que así lo pretendieron en el siglo XX fracasaron en su empeño. Porque, como bien decía san Agustín, “nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”.