Gracias Señor por tus misericordias

Si uno mira la vida de los santos, es decir, de esos hombres y mujeres que la Iglesia nos presenta como modelos, hay en todos ellos uña constante que les es común: una intensa vida de oración. Eso significa que si nuestros modelos rezaban, y rezaban mucho, nosotros también tenemos que rezar y rezar mucho.
Sin embargo, estamos acostumbrados a que nuestra oración sea una larga petición de cosas. A veces es difícil distinguir si estamos rezando o presentando a Dios un pliego de peticiones. La verdad es que eso no está mal, pues el mismo Jesús nos dejó dicho en el Evangelio que pidamos para que se nos dé, que busquemos para que podamos hallar y que llamemos para que El mismo nos abra (Mt 7, 7-8). Pero esas continuas oraciones de petición nos llevan con frecuencia a olvidar que hay otras oraciones, una de las cuales y de las más gratas a Dios, es la oración de agradecimiento. ¡Y tenemos tanto por qué agradecer a Dios! No sólo por tantas cosas buenas que nos suceden, sino también por aquellas que nos parecen menos buenas, pero que son la ocasión a través de las que Dios se nos hace el encontradizo y nos busca para que volvamos a re-encontrarnos con Él.
Visitando una vez un Carmelo en España, es decir, uno de esos monasterios de las carmelitas descalzas, de los mismos en los que entró nuestra santa Teresa de Los Andes, escuché a las carmelitas cantar una canción que era una bellísima oración de agradecimiento. Por supuesto que les pedí la letra y aquí se las doy para que usted también le dé gracias a Dios por tantas misericordias recibidas. No tema, no la voy a cantar. Dice así:

“Gracias Señor, por tus misericordias que me cercan en número mayor
que las arenas de los anchos mares
y que los rayos de la luz del sol.
Porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer me redimiste,
¡Gracias, Señor!
Porque bastaba para redimirme un suspiro
una lágrima de amor,
y me quisiste dar toda tu Sangre.
¡Gracias, Señor!
Porque me diste a tu Bendita Madre y te dejaste abrir el Corazón
para que en él hiciese yo mi nido.
¡Gracias, Señor!
Porque yo te dejé y Tú me buscaste
porque yo desprecié tu dulce voz
y tu no despreciaste mis miserias.
¡Gracias, Señor!
Porque arrojaste todos mis pecados en el profundo abismo de tu amor
y no te quedó de ellos ni el recuerdo...
¡Gracias, Señor!
Por todas estas cosas y por tantas
que sólo conocemos nada más Tú y yo
y no pueden decirse con palabras...
¡Gracias, Señor!
¿Qué te daré por tanto beneficios?
¿Cómo podré pagarte tanto amor?
Nada tengo, Señor, y nada puedo, mas quisiera desde hoy
que cada instante de mi pobre vida,
cada latido de mi corazón,
cada palabra,
cada pensamiento,
cada paso que doy
sea como un clamor que te repita
lleno de inmensa gratitud y amor
gracias, Señor, por tus misericordias
¡Gracias, gracias, Señor!”