La tumba de Jesús

La Iglesia, que es de fundación divina, está inmersa en la his­toria y llamada a ser signo de contradicción en un mundo donde campean las fuerzas del mal. Es por eso que, desde un principio, la han acompañado las persecuciones las que seguirán acompañándola hasta la consumación de la historia, siguiéndolas como la sombra al cuerpo. Cada época ha utilizado los métodos propios para perseguirla. En la época de los romanos, los cristianos eran llevados al circo para que se los comieran los leones. En la época actual no hay circos de piedra ni leones que se coman a los cristianos, pero las persecuciones son igual de intensas y, con frecuencia, más insidiosas porque son más sutiles y sofisticadas. Como nuestro mundo es el de la imagen electrónica, el cine, las películas y el televisor, los medios que se utilizan para atacarla son, precisamente, esos.

Se ha anunciado, con la publicidad que un ataque a la Iglesia amerita, la exhibición para estos días de Semana Santa, de un documental sobre la recientemente descubierta tumba perdida de Jesús, documental realizado por los galardoneados cineastas James Cameron -el director de la película Titanic- y Simca Jacobovici. Un ataque certero, que incide en el centro mismo del mensaje cristiano, la muerte y resurrección de Cristo, misterio tan central de nuestra fe, que llevó a san Pablo a afirmar que si Cristo no hubiese resucitado, vana es nuestra fe. Si se ha encontrado la tumba de Cristo, eso quiere decir que Cristo no resucitó, y si no resucitó, nuestra fe simplemente no tiene sentido. Pero ¿Qué hay de verdad en esto?

Según las noticias anunciadas con bombo y platillo, se ha­brían encontrado en el barrio de Talpiot en Tierra Santa, al inicio de los años ochenta del siglo XX, unas tumbas antiguas, algunas de las cuales son del siglo I, en las que están grabados algunos nombres como los de Jesús, María, José, Mateo. Este es el dato de hecho. A la luz de esto, la tesis que se lanza es que si allí está sepultado Jesús con su familia, entonces la resurrección no sería más que una invención de sus discípulos. Pero resulta que tum­bas como ésas hay muchas en el territorio de Tierra Santa, por lo que no hay nada nuevo en esta revelación. A tal punto es así que el anunciado anuncio ha merecido el rechazo de todos los arqueólogos israelíes, quienes se han pronunciado negativamente sobre este supuesto hallazgo.

¿Por qué entonces tanto ruido? Por una parte, hemos de situar este documental en ese proceso general de ataque a la Iglesia del que hablaba al inicio de este editorial, aunque para ello haya que mentir e inventar hechos que nunca existieron. Por otra, esta el olor del dinero, pues Hollywood ha querido provocar otro éxi­to de dólares similar al Código da Vinci. Ahora bien, dejando de lado la inconsistencia de la prueba arqueológica, que ha sido totalmente contestada por arqueólogos israelíes, el dato de hecho de la resurrección de Jesús es documentado rigurosamente en el Nuevo Testamento. Todos los estudios críticos de los últimos dos siglos han demostrado que en la verdad profunda de las narracio­nes de las apariciones se da una historicidad incontestable. Entre el Viernes Santo, en que los discípulos abandonan a Jesús, y el Domingo de Resurrección, hay un cambio notable, pues los mis­mos que lo habían abandonado se convirtieron en sus testigos, con un empuje y una valentía tales que los llevaron a todos los rincones de la tierra e, incluso, a dar la vida por Él. Un cambio tan repentino y tan radical no tiene explicación para el historiador profano. ¿Qué había sucedido? Simplemente se dio un encuentro que cambió sus vidas, se encontraron con Jesús resucitado. Así, la pretendida tumba de Jesús, perdida y encontrada, sólo hay que situarla entre la arqueología inventada, las ventas y la danza de dólares. Lo único que nos queda esperar es que nos empiecen a vender reliquias de esa tumba y no faltará el corto de mente que se lo crea y las compre.