Pastoral universitaria

Una de las características que ha ido adquiriendo Valparaíso en los últimos años es ser una ciudad universitaria. Las nu­merosas universidades que hay en la ciudad atraen anualmente jóvenes de diversas partes del país, a decir verdad, de Arica a Ma­gallanes, con todo lo que ello significa de actividad, movimiento y dinero. La Iglesia no puede estar ajena a esta realidad, puesto que parte importante de quienes dirigirán el país en el futuro, en los más diversos niveles, están pasando por Valparaíso y requieren una particular atención. Y ello debería traducirse en que Valpa­raíso debería tener una sólida pastoral universitaria.

Por de pronto al frente de la misma ha de estar un universita­rio, es decir, no sólo alguien que se haya formado en la Universi­dad, sino alguien para quien la Universidad constituya el centro de su quehacer cotidiano, de sus afanes y de sus inquietudes in­telectuales. No puede ser que al frente de la pastoral universitaria se encuentre quien es ajeno a la universidad por formación y por vocación, dedicado preferentemente a otras actividades, por santas que ellas sean, pero que absorben de tal manera que lo universitario es tan solo un añadido.

Desde esta perspectiva, el frente de la “pastoral” universitaria, que no de una “vicaría” universitaria, debería haber un laico, de preferencia una mujer, que aporte a la pastoral toda la riqueza de su formación y de sus inquietudes universitarias. Pero como estoy hablando de “pastoral” universitaria, la presencia del sacerdote es imprescindible e insustituible, si bien dedicado a lo que le es propio, la atención espiritual en la que ha de volcarse por completo.

Tres son los ámbitos en los que la pastoral universitaria tiene que proyectarse: los académicos, los estudiantes y los administra­tivos, cada uno con las actividades que sean propias a sus respec­tivos afanes, sin perjuicio de las actividades comunes que quepa programar.

En cada uno de estos ámbitos son, a su vez, dos las actividades que permanentemente han de estar presentes. Por de pronto, el enriquecimiento espiritual de quienes participen en ella; hay que ofrecer los medios para que los universitarios crezcan espiritualmente, ayudarlos a vivir en cercanía con Cristo, razón última de una pastoral de este tipo. Desde esta perspectiva, la pastoral debe­rá ofrecerles formación y espacios de encuentro íntimo y personal con Jesús.

Ahora bien, el fuego que no se transmite se apaga. Y aquí emerge la segunda gran actividad de la pastoral universitaria: el apostolado. En una pastoral de este tipo, el apostolado lo entien­do en una triple dimensión: primero, el anunciar a Jesús, que es el que da sentido y fin a esta pastoral; anunciarlo en la propia comunidad universitaria y anunciarlo fuera de ella. Segundo, la ayuda social; Cristo es anunciado a hombres concretos, sumidos en mil necesidades que, al menos en parte, hay que aliviar; pero en el entendido que lo social no es un fin en sí mismo, sino un medio para lo que más importa, que es anunciar a Cristo; de lo contrario, la pastoral universitaria se transformaría en una ONG más. Y tercero, el diálogo fe-razón; la pastoral universitaria ha de ser el motor de permanentes iniciativas que pongan en diálogo la fe y la razón, diálogo que, como han recordado reiteradamente Juan Pablo II y Benedicto XVI, hoy es más urgente que nunca.

Siendo Valparaíso una de las ciudades universitarias más im­portantes del país, sorprende la ausencia de una pastoral univer­sitaria bien organizada y potente. Al menos no se nota.