Crónica de un exorcismo

El mayor triunfo que ha tenido el demonio en el mundo moderno es haber conseguido hacer creer que no existe, de manera que muchos son los que piensan que el diablo es una parte vergonzosa de la doctrina y viven prescindiendo de él. Pero, aunque no nos guste, el demonio existe y es poderoso. Y tanto, que la Iglesia tiene sacerdotes especialmente preparados para actuar cuando es preciso expulsarlo de personas que han sido poseídas por él: son los exorcistas los que, aunque sea difícil aceptarlo, tienen bastante más trabajo del que nos podemos imaginar. Hace algunos meses salió en un diario español, de gran tirada en el país y con frecuencia anticlerical, un reportaje de un exorcismo practicado por un sacerdote expresamente autorizado para ello a una joven de 20 años que estaba poseída por el demonio. Los dos periodistas que hicieron el reportaje y que asistieron al exorcismo estaban seguros que iban a asistir a un montaje, pero la experiencia de tres horas que tuvieron junto al sacerdote los convenció que de montaje, en lo que habían visto, no había nada. Voy a leerle algunos pasajes de su reportaje.
“El exorcista extiende su mano derecha -escribe el periodista- y la impone sobre el rostro de la joven, sin tocarla. Luego cierra los ojos, agacha la cabeza y susurra varias veces una plegaria ininteligible. Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina”. “No es humano -agrega el periodista-. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de la muchacha. Pero no puede ser ella. No es su tono de voz. Es ronco y masculino. El padre sigue rezando y los rugidos se suceden. Poco a poco, el cuerpo de la joven se estremece vivamente. Su cabeza se mueve de un lado a otro con lentitud al principio, con inusitada rapidez después. Ante la salmodia del exorcista, la joven gime y se retuerce sin parar. Al instante, el gemido se convierte en rugido desgarrador, altísimo, furioso”. Cuando el exorcista colocó el crucifijo sobre el cuerpo de la joven mientras la rociaba con agua bendita, la joven empezó a patalear con tanta furia que el crucifijo se cayó; y cuando le acercaron el rosario lo arrojó lejos, con furia. “Parece tranquilizarse un poco -sigue el periodista-, pero inmediatamente vuelve a rugir. No hay un momento de respiro. El padre acaba de invocar a San Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo sobre la colchoneta”, levitando sobre el suelo. “No doy crédito -agrega el periodista- mi mente gira a toda velocidad. Estamos en el clímax de un ritual que, hasta ahora, no encajaba en mis esquemas”.
Los gritos se detuvieron en seco cuando el sacerdote salió de la capilla. “Mi compañero y yo nos quedamos solos con la endemoniada. Unos segundos que se hacen eternos. Nos hemos quedado pegados al banco, sin respiración. De pronto se vuelve hacia nosotros, abre los ojos (que ha mantenido en blanco durante tres horas) y nos lanza una mirada que no olvidaré mientras viva. Sus ojos son de otro mundo. Nunca vi algo así en mi vida. Al instante, la mirada vuelve a ser la de la jovencita, que nos sonríe, se levanta con tranquilidad y se sienta en el banco... se pone los aros y nos vuelve a sonreír... ¿Te duele la garganta? No. Y su voz es tan suave como cuando llegó. Nadie diría que por esa misma garganta salieron aullidos durante tres horas”.
Cuando se publicó esta crónica, el diario escribió un editorial diciendo que cada uno era libre de buscar la explicación que desease a los hechos descritos. Para un cristiano la explicación es una sola: el demonio existe y actúa en el mundo. Pero hay un antídoto que es infalible y que está al alcance de todos; se compone de tan sólo tres elementos: oración, vida de sacramentos, especialmente la Eucaristía, y penitencia.