Vivimos en una sociedad donde se nos quiere hacer creer que las verdades no existen. Es el relativismo del que nos está poniendo en guardia el Papa Benedicto XVI desde el comienzo de su pontificado. Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira. Y hasta el dos más dos son cuatro que aprendimos en el colegio hoy algunos lo ponen en duda. Hay, sin embargo, una verdad que se nos impone con una fuerza tal que nadie puede negarla: la muerte. Todos, absolutamente todos tendremos algún día, más tarde o más temprano, que enfrentarnos con ella. Es una verdad incontestable, pero que nos incomoda. La sociedad consumista y hedonista nos hace vivir de espaldas a esa realidad; o se la disfraza de mil maneras para no tener que pensar en ella o hacerla más llevadera. Si hasta existen maquilladores de cadáveres, para hacer que los muertos no parezcan muertos: es tan macabro como ridículo.
Sin embargo san Francisco de Asís la llamaba hermana muerte, porque nos abre las puertas del cielo y nos permite el encuentro cara a cara con Dios y eso, para siempre, para siempre, para siempre.
Y usted, señora, y usted, señor, que me escucha, ¿cómo se está preparando para ese momento que, más tarde o más temprano, le va a llegar tal como me va a llegar a mí? La pregunta sin duda es incómoda, pero le voy a ayudar a su respuesta haciéndole un test. Un día un joven llamado Luis Gonzaga, que moriría joven y después sería canonizado, jugaba con un grupo de amigos y de repente a uno de ellos se le ocurrió preguntar ¿qué harían ustedes si les dijeran que en dos horas más se van a morir? Uno a uno de los jóvenes fue respondiendo la inesperada pregunta y todos coincidieron en que partirían corriendo a una iglesia a buscar un confesor de manera que la muerte los encontrara confesados y en oración. Hasta que le llegó el turno al joven san Luis Gonzaga quien, para sorpresa de sus amigos, contestó que se quedaría en el mismo patio, haciendo lo mismo que estaba haciendo en esos momentos, esto es, jugar, porque la voluntad de Dios para con él en esos momentos era que jugara y como sólo quería cumplir la voluntad de Dios, era claro que lo que tenía que hacer era seguir haciendo lo mismo que Dios quería que hiciera en ese momento, o sea, seguir jugando. Ese joven sí que estaba preparado para enfrentarse con la muerte que, por lo demás, se le presentó muy poco después.
Y usted ¿qué haría si le dicen que en dos horas más se ha de enfrentar cara a cara con Dios? ¿Quiénes de esos jóvenes lo representan? ¿El joven Gonzaga? ¿O quizá sus compañeros? Acuérdese que el mismo Señor nos ha prevenido a que estemos preparados porque no sabemos ni el día ni la hora y la televisión no está dando ejemplos a diario.
Una manera estupenda de estar “al agüaite”, como dicen en nuestro campo, es la confesión frecuente, ojalá cada dos semanas aunque no haya pecados graves que confesar y, por supuesto, antes de las dos semanas si hay pecado grave. ¿Qué tal si este año empezamos a practicar la confesión frecuente y hacemos de esta práctica una práctica cotidiana? El único favorecido va a ser usted. No se olvide que no sabemos ni el día ni la hora y de que estemos preparados va a depender nuestra salvación o nuestra condenación para siempre, para siempre, para siempre.