Muchas veces habrá escuchado que la oración es el alimento del alma. El problema es que, aun cuando entendemos que esto es así, no es fácil llevarlo a la práctica porque no siempre es fácil orar, especialmente cuando no hemos tenido la suerte de haber contado con alguien que nos orientase y nos guiase. Pero, orar no es otra cosa que ponernos en contacto con Jesús, y para ello es suficiente la intención de hacerlo e ingeniarnos para ponerlo en práctica. Si no, escuche lo que le voy a contar.
La hija de un hombre ya anciano le pidió al párroco que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el buen párroco pasó a la habitación en que se encontraba este anciano, lo encontró en su cama, con la cabeza alzada por un par de almohadas. Al lado de la cama había una silla desocupada, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que él iría a verlo. Se sorprendió, sin embargo, cuando el anciano le dijo que no sabía quien era porque no esperaba a nadie. “Soy el sacerdote, le dijo, y vine porque su hija me llamó para que orase con usted; cuando entré y vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarle”. “Ah, sí, la silla, dijo el anciano, ¿le importaría cerrar la puerta?”
El sacerdote, un poco sorprendido, cerró la puerta y el anciano le dijo: “lo que le voy a contar no se lo he dicho nunca a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, cómo se debe orar y los beneficios que trae, pero siempre esto de las oraciones me entraba por un oído y me salía por el otro. De todos modos no tenía idea de cómo hacerlo. Entonces, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto fue así hasta hace unos cuatro años, cuando, conversando con mi mejor amigo me dijo: ‘José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús; así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo pues el mismo Jesús nos dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora.
Y lo hice una vez y me gustó y lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en el manicomio”.
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a don José que lo que estaba haciendo no sólo era muy bueno, sino que era muy bueno que lo siguiera haciendo. Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia.
Dos días después la hija de don José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El párroco le preguntó si había fallecido en paz, a lo que la hija respondió: “cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo que me quería mucho y me dio un beso. Cuando regresé de hacer unas compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que puede significar eso?” El buen párroco, profundamente estremecido, se secó una lágrima de emoción y respondió: “ojalá que todos nos pudiéramos ir de esa manera”.
Rezar es conversar con Jesús, junto a un sagrario o mirando una silla aparentemente vacía. Lo que importa es que tengamos el deseo de comunicarnos con Él y pongamos los medios para que ello ocurra. El resto, déjeselo a Él.