90 años de Fátima

El próximo 13 de mayo se cumplen 90 años de la primera de las apariciones de la Virgen a tres pobres pastorcitos en la localidad portuguesa de Fátima, Jacinto, Francisca y Lucía. Los dos primeros murieron poco después de las apariciones, siendo todavía niños, y fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II. Lucía falleció hace muy poco tiempo como carmelita descalza en el carmelo de Coimbra, la misma congregación de la que formó parte nuestra primera santa, Teresa de Los Andes.

El mensaje de Fátima puede encerrarse en dos simples pala­bras: oración y penitencia. La oración ha de constituir el alma de la vida de cada cristiano, lo hemos escuchado muchas veces. Lamentablemente no siempre nos hacemos eco de esas palabras. Hay una oración, sin embargo, que la Virgen de Fátima recomen­dó en forma especial en cada una de las seis apariciones ocurridas en 1917: el rezo diario del rosario. Es el rosario una oración que fue enseñada por la misma Virgen María a Santo Domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos que, en la Edad Media, fue su gran divulgador. La fuerza de esta oración es indiscutida y ha sido muchas veces probada en la historia. La misma Virgen pedía a los pastorcitos que rezaran a diario el rosario para alcanzar el término del gran flagelo que azotaba por esos años a Europa, la primera Guerra Mundial. Y los dos grandes santos de nuestros días, el Papa Juan Pablo II y la madre Teresa de Calcuta no sólo predicaban, sino que lo practicaban. El regalo que Juan Pablo II hacía a quienes acudían a su Misa privada en el Vaticano o a sus audiencias era un rosario. Y el rosario de la madre Teresa de Calcuta, a su muerte, estaba gastado de tanto pasar sus dedos por sus cuentas rezando avemarías.

Penitencia es el otro gran contenido del mensaje de Fátima. Penitencia no es una palabra grata a los oídos de nosotros, hom­bre y mujeres de principios del siglo XXI, inmersos en una socie­dad consumista como es la nuestra, pródiga en ofertas para pa­sarlo bien. Pero, nos guste o no, es el complemento necesario a la oración para crecer en la vida de fe. Cuando la Virgen pidió a los pastorcitos que hicieran penitencia, un día, camino de su casa, encontraron una cuerda que cortaron en tres partes y cada uno se ató un pedazo alrededor de su cintura y empezaron a pasar día y noche con la cuerda puesta, sin sacársela. En una de sus apari­ciones, la Virgen les manifestó que Dios estaba contento con sus sacrificios, pero que no quería que durmieran con la cuerda, y les enseñó cuál era la penitencia que Dios quería: el cumplimiento fiel de las obligaciones que nos corresponden a cada uno según nuestro particular estado y condición de vida. El cumplimiento fiel de nuestras propias obligaciones. Resulta fácil decirlo, pero no es tan fácil vivirlo. Si quiere darse cuenta de ello lo invito a practicarlo desde el primer minuto del día, ese que alguien ha llamado el minuto heroico, levantándose a la primera en cuanto suena el despertador.

Oración y penitencia, dos palabras que encierran todo un programa de vida, a las que nos invita no un hombre grande, sino la misma Virgen, y que hoy como en 1917 tienen plena actualidad.