La Basílica de Santa María la Mayor, en Roma

Numerosos, o mejor dicho, numerosísimos son hoy los tem­plos e iglesias dedicados a la Madre de Dios, cuyo mes esta­mos celebrando en estos días. Todos ellos han sido continuadores del primero de los templos que se levantó a la Virgen en el mun­do occidental y que hoy conocemos en Roma como la basílica de Santa María la Mayor.

El relato de la construcción de la primera iglesia hunde sus raíces en la leyenda y es de veras apasionante. Según cuenta un tal fray Bartolomé de Trento, que escribía en el siglo XIII, un senador romano llamado Juan, rico y piadoso, y su esposa, que no podían tener hijos, deseaban legar a la Iglesia sus bienes y propiedades. En la noche de las nonas de agosto, esto es, en la noche del 4 al 5 de agosto, cuando en Roma estaban en pleno ve­rano, el equivalente a nuestro mes de febrero, la Virgen María se apareció en sueños tanto a Juan como al Papa Liberio (352-366), pidiendo que se le dedicara una basílica en el lugar de Roma en el que nevaría esa misma noche. Al día siguiente, el rico senador y el Pontífice fueron al Cispio, donde durante la noche se había producido la nevada prodigiosa. Ante una gran multitud de fie­les, el Papa trazó la planta de la futura iglesia sobre la nieve fresca, siguiendo la costumbre de los arquitectos de la antigüedad que, antes de comenzar el edificio, diseñaban el proyecto en el polvo del suelo, a escala real.

Las leyendas suelen ser poco exactas en los hechos que narran, pero sí lo son en el espíritu que las anima. Lo cierto es que el Papa Sixto III (432-440), contrariamente a lo que había ocurrido has­ta entonces, en que las grandes basílicas eran construidas por los emperadores y poderosos romanos ya convertidos a la fe, tomó la iniciativa de construirla y fue secundado por el pueblo que contribuyó generosamente a su construcción. Este templo marcó así, el comienzo de un alejamiento de la Iglesia con respecto a la autoridad del emperador.

El 5 de agosto se celebra la fiesta litúrgica de la Madre de Dios, venerada bajo el nombre de Virgen de las Nieves; hay en el mundo muchas iglesias dedicadas a ella. En esta fecha, sobre el altar mayor de la basílica romana, mientras se celebra la Eucaris­tía, cae una lluvia de pétalos blancos de rosas y jazmines.

En una capilla lateral, cuyas dimensiones y belleza la harían la más hermosa de las catedrales de Chile, se venera un icono de la Virgen conocida como Saluspopuli romani (Salvación del pueblo romano) que, según la tradición, habría sido pintado por san Lucas. Esta capilla, que tiene planta de cruz griega, es decir, con los cuatro costados de la misma dimensión, está coronada por una cúpula pintada por Guido Reni (1575-1642) que muestra una curiosidad: la Virgen aparece de pie sobre la luna y en la luna aparecen pintadas, por primera vez en la historia de la pintura, las manchas de la luna. El pintor era amigo de Galileo Galilei quien recién había descubierto, con sus primeros telescopios, las man­chas de la luna. Este descubrimiento Galileo se lo comentó al pintor quien, entusiasmado con el mismo, lo dejó reflejado para la posteridad en la luna que aparece a los pies de la Virgen. Un ejemplo hermoso de que la fe y la ciencia caminan de la mano.

En Valparaíso también tenemos iglesias y santuarios dedica­dos a la Virgen María, el más emblemático de los cuales es el de Lo Vásquez. Cuando este 8 de diciembre peregrinemos hacia él lo estaremos haciendo a uno de esos miles de santuarios e iglesias que salpican el mundo y que son continuadores de aquel otro, que hoy se sitúa en Roma, cabeza de la cristiandad y que se llama Santa María la Mayor.