Cómo responder al confesionalismo laicista

Para cualquier observador de nuestra realidad nacional no puede pasar desapercibido el incremento que en los últimos años han tenido las afirmaciones de laicidad en nuestro país, alegando a tiempo y a destiempo que lo religioso nada tiene que hacer en la vida pública, tratando de relegarlo al fuero íntimo de la conciencia y a la vida privada de los fieles. Quienes sostienen estas ideas han hecho de ellas, aunque parezca paradójico, una suerte de nueva confesión de contenido laicista, lo que ha ido ge­neralizando el uso de la expresión "confesionalismo laicista" para referirse a ella. Pues bien, ¿qué hemos de hacer los católicos frente a esta nueva realidad? En una reciente pastoral, el arzobispo de Pamplona, en España, ha identificado cuatro actitudes que los católicos hemos de asumir para hacer frente a este confesionalismo laicista que se nos quiere imponer y que pretende oscurecer del todo lo religioso.

La primera: no tener miedo a los defensores del laicismo. Si mi­ramos la historia de la Iglesia, veremos que ella ha vivido siempre entre dificultades, y los discípulos de Cristo, con frecuencia, han debido padecer por presentarse como seguidores del Dios crucifi­cado. Estos padecimientos, sin embargo, nos purifican y nos for­talecen. En todo caso, y esto es importante, las argumentaciones del laicismo no deben hacernos dudar de la verdad y del valor de nuestra fe, ni de las instituciones y actuaciones de la Iglesia. No podemos desanimarnos por pocos que parezcamos, o por quedar excluidos de las zonas de poder. Nuestra fuerza está en Jesús, en la fuerza de su Palabra y de su vida. Ahora es cuando más tenemos que anunciar su mensaje, con sencillez y fidelidad, conservado y actualizado continuamente por el magisterio de la Iglesia. Es el mejor servicio que podemos hacer a nuestros conciudadanos.

La segunda: vivir con coherencia las exigencias del cristianismo. La fuerza de la Iglesia está en la fe, en la piedad, en la ejemplaridad de los cristianos. Si vivimos de verdad nuestra fe, el testimonio de nuestra vida aclarará muchos malentendidos y más tarde o más temprano convencerá a los hombres y mujeres que buscan la verdad.

La tercera: ir a lo fundamental de la fe, olvidando debates sobre cuestiones no fundamentales. Hay que dejar de lado las dis­cusiones estériles de si los curas y los obispos mandan mucho o poco, o si la Iglesia ha de ser más tradicional o más moderna. "Lo que de verdad se debate en nuestra sociedad, aunque no se for­mule claramente, es, si para vivir auténticamente nuestra condi­ción humana, tenemos que tener en cuenta la presencia del Dios de Jesucristo cerca de nosotros, o más bien hemos de prescindir de cualquier referencia religiosa... Las disidencias, las divisiones, las condescendencias injustificadas debilitan la credibilidad del Evangelio y dan argumentos a quienes de una manera o de otra, pretenden ocultar la luz que ha venido a este mundo”.

La cuarta: participar en la vida social. Se acusa a la Iglesia de querer influir en la política. Pero es que es evidente que la Iglesia tiene que influir en la política, pero su influencia no es de natu­raleza política, sino eclesial, esto es, religiosa y moral. Cuando la

Iglesia anuncia la doctrina de Cristo, cuando educa las concien­cias, cuando anima a sus fieles a vivir santamente, la Iglesia in­fluye en el comportamiento de las personas y, como el hombre es un ser orgánico, influye también en sus comportamientos profe­sionales, sociales y políticos. Por otra parte, como toda actividad humana, la actividad política tiene que ser moral y justa; pero esta moralidad y justicia no le vienen por los consensos, sino por su conformidad con una referencia objetiva, ya sea de naturaleza religiosa o simplemente ética. Y la Iglesia contribuye de forma importante a la clarificación y fortalecimiento de la conciencia moral de los ciudadanos que quieren escucharla. La Iglesia no impone, sino que propone. Así es como la Iglesia contribuye al bien común temporal y político, dentro de un marco legal estric­tamente democrático.