Hacia el bicentenario

Desde hace algún tiempo Chile se viene preparando para celebrar el bicentenario de nuestra independencia el próximo año 2010. Para todos es claro que lo que ocurrió el 18 de sep­tiembre de 1810 no fue precisamente la independencia. En el acta que se levantó con ocasión de la primera Junta Nacional de Gobierno se puede leer que los allí reunidos juraron derramar hasta la última gota de sangre por su amadísimo rey Fernando VIL Eso no es independencia en ninguna parte. Pero es igual­mente claro que ese primer 18 de septiembre fue el inicio de un proceso que condujo a nuestra patria a la plena independencia política. De esta manera, es adecuado que el próximo año 2010 celebremos el bicentenario de los inicios de nuestro país como nación independiente.

Hemos de tener cuidado, sin embargo, de no caer en la fala­cia de pensar que nuestra historia empieza en 1810. Ese año se inicia nuestra historia como nación independiente, pero Chile ya existía desde antes, desde cuando los españoles llegados a estas tierras mezclaron su sangre con sus habitantes originarios dando origen a nuestra raza mestiza, enriquecida después de la indepen­dencia con la sangre de inmigrantes de otros pueblos y razas que llegaron para quedarse definitivamente entre nosotros. Cuando un adolescente alcanza la mayoría de edad no se transforma en alguien distinto al que primero fue niño y después joven. Es el mismo que sigue desarrollándose hasta que llega a su madurez. En 1810 Chile no se inventó de la nada. Chile ya existía y fue ese Chile que ya venía de antes el que salió fortalecido y más maduro después de la revolución de la independencia. Se trata de una realidad que no podemos olvidar porque hay quienes quieren hacernos pensar que antes de 1810 sólo existió la nada misma. El silencio acerca de la historia anterior es prueba de ello.

Pero hay otro riesgo del que tenemos que cuidarnos. La de­finitiva crisis del marxismo como sistema político y el definitivo fracaso de sus promesas de traer el cielo a la tierra, ha traído tam­bién el desprestigio de la lectura marxista de la historia basada en los puros fenómenos económicos. La historia de los pueblos ya no se lee en clave económica, sino cultural. Pues bien, existe en estos momentos en América Latina, precisamente de cara al bicentenario que preparan no pocos países hermanos nuestros, el proyecto de interpretar la historia de nuestro continente y, por lo mismo, la historia de nuestra patria, en clave cultural, pero una lectura cultural que excluye por completo la presencia de la Iglesia y del mensaje evangélico en el nacimiento de nuestras nacionalidades.

Con la llegada de los españoles a nuestra patria grande, Améri­ca, y nuestra patria chica, Chile, sus habitantes dejaron de ser pu­ramente indígenas, pero no se transformaron en españolas, sino que nació algo nuevo, un nuevo mundo, que se fraguó el interior del cristianismo. Ni América ni Chile se explican sin el mensaje evangélico, por lo que cualquier visión que trate de negarlo, o quizá callarlo, es una visión incompleta, si no equivocada.

De esta manera, un componente insustituible de nuestro bicentenario ha de ser la fe que profesamos, porque en ella Chile se fraguó como nación, y en ella se independizó. No fue simple casualidad que Bernardo O’Higgins nombrara a la Virgen del Carmen generala de nuestro ejército. Olvidarlo sería hacerle el juego a quienes movidos por un servil ideologismo nos quieren hacer creer que Chile nació de la nada en 1810 y al margen de la fe en Cristo resucitado.