Un modelo de diplomacia

El mes de octubre de 1978 fue un mes de mucha tensión entre Chile y Argentina. La causa eran tres islotes situados en el Canal de Beagle, las islas Pincton, Lennox y Nueva, cuya sobera­nía discutían los dos países. Se hablaba de preparativos de guerra, nos llegaban noticias de que las ciudades argentinas se oscurecían de noche y, de hecho, la Armada argentina zarpó con la orden de tomar posesión de dichos islotes lo que no pudo hacer porque una tormenta, que después sería llamada una "tormenta provi­dencial", impidió que los marinos argentinos desembarcasen. Esa tormenta providencial proporcionó el lapso de tiempo preciso que se necesitaba para que Juan Pablo II hiciese público el pedido de los obispos chilenos y argentinos de que actuase como árbitro en el conflicto y evitase el sinsentido de una guerra entre países hermanos.

De esto hace treinta años y es posible que usted todavía se acuerde de la angustia de esos días. Para recordar el inicio de la mediación pontificia se celebró hace algunas semanas un con­greso en Buenos Aires, congreso al cual el cardenal Secretario de Estado del Vaticano envió un mensaje en nombre del Papa, en el que destaca que, a pesar de los 30 años que han transcurrido desde el inicio de esa acción diplomática querida por el Papa Juan Pablo II, constituye dicha mediación un ejemplo en una realidad internacional en que la vía del diálogo parece cada vez menos utilizada.

El Papa subraya en este mensaje que la mediación de la Santa Sede entre Chile y Argentina ha demostrado, junto a la paciencia y a la responsabilidad de las partes, "cómo en toda controversia el diálogo no perjudica los derechos de las partes y amplía, en cambio, el campo de las posibilidades razonables de composición de las divergencias”. Por tanto, afirma el Papa, “hay que continuar recurriendo a la diplomacia y a sus métodos de negociación, que obtienen fuerzas de las reservas morales de los pueblos y les dan confianza para garantizar su paz, seguridad y bienestar. Las nuevas generaciones, con la memoria de las lecciones de la histo­ria pasada y reciente, miran el futuro con ojos de esperanza y se empeñan en hacer realidad la civilización del amor de la que Juan Pablo II fue profeta a veces no escuchado”.

El recuerdo de estos hechos está indisolublemente ligado a la figura de Juan Pablo II y a la benemérita obra del cardenal Antonio Samoré, que fue su delegado especial y que tan en el corazón tenía el deseo de paz y concordia entre los dos países. Tras la muerte del cardenal Samoré, le sucedió el mismo cardenal Secretario de Estado, Agostino Casaroli, quien llevó a término la mediación hasta la firma de una declaración conjunta de paz y amistad entre los dos países, que tuvo lugar en el Vaticano, el 23 de enero de 1984.

Para el Papa Benedicto XVI “fue un ejemplo admirable de construcción de la paz a través de la vía maestra y siempre actual del diálogo, que tiene como fin no la supremacía de la fuerza y de los intereses, sino la afirmación de una justicia equitativa y solidaria, fundamento seguro y estable de la convivencia entre los pueblos”. Es por eso que el 24 de octubre pasado el L'Osservatore Romano, el diario del Papa, dedicaba en primera página un ar­tículo a esta mediación, artículo que, con razón, se titulaba “un modelo de diplomacia”.