La vasija agrietada

Mi buen amigo Félix, español de España, me ha vuelto a enviar una de esas historias que tanto me agrada compar­tir con ustedes porque siempre dejan una lección. Por lo gene­ral estamos acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Pero cuando somos capaces de ser conscientes de nuestros propios defectos y darnos cuenta que, por causa de ellos, no somos capaces de hacer todo el bien que deberíamos ha­cer, nos sentimos mal, nos sentimos avergonzados, nos sentimos mediocres, poca cosas y hasta humillados, y sufrimos por ello. Sin embargo, Dios que todo lo puede, es capaz de sacar cosas hermosas de esos mismos defectos sin que, muchas veces, seamos conscientes de ello.

Esta vez mi buen amigo Félix me ha enviado la historia de un cargador de agua de la India que tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas perdía agua pues tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua hasta el final del largo camino que, a pie, hacía este buen cargador desde el arroyo hasta su casa.

Durante mucho tiempo esto fue así diariamente. La vasija en buen estado estaba muy orgullosa de sus logros, pues conservaba toda el agua. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonza­da y se sentía miserable porque no podía hacer lo que se suponía era su obligación. Así, pues, la tinaja agrietada le habló un día al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas no puedes entregar toda mi capacidad y, por mi culpa, una parte del agua que recoges se pier­de”. El aguador le contestó: “cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”. Así lo hizo la tinaja. Y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero no acertaba a conocer la razón.

El aguador le dijo entonces: “¿te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grie­tas y quise sacar partido de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vamos y todos los días las has rega­do y por ello yo he podido recoger estas flores tan hermosas para decorar la imagen de mi madre. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubiera sido posible hacerlo”.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Yo las tengo y usted que me escucha también las tiene. Todos somos vasijas agrietadas. Pero debemos saber, usted y yo, que Dios, que todo lo puede y que es amor infinito, puede aprovechar no sólo nuestros defectos, sino, incluso, nuestras faltas y pecados para realizar sus designios de salvación. Esto no significa dormirse en los laureles y dejar que esos defectos nos dominen, especialmente cuando de ellos vienen males para los que nos rodean. Por el contrario, tenemos que luchar contra ellos, pero conscientes que, a pesar de esos defectos, Dios no deja de derramar por doquier su amor misericordioso.