Cuando miramos nuestra vida, tal como ella se ha ido desarrollando en la cotidianeidad de cada día, vemos que no siempre ella ha discurrido por donde nosotros lo habíamos deseado. Quizá, quisimos hacer cosas diferentes de aquellas que efectivamente hemos hecho y caemos en la tentación de amargarnos o de sentirnos decepcionados. Sin embargo, puede ser que eso que queríamos para nosotros no era lo que Dios quería para nosotros y Él, con su sabiduría infinita, nos ha ido llevando por aquellos caminos que debían ser el troquel de nuestra santidad.
Había una vez tres árboles pequeños en una colina. Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas para su futuro. El primero dijo: “algún día seré un cofre de tesoros, estaré lleno de oro y piedras preciosas y todos admirarán mi belleza”. El segundo árbol dijo: “algún día seré una poderosa embarcación; llevaré los más grandes reyes a través de los océanos e iré a todos los rincones del mundo”. Finalmente, el tercer árbol dijo: “yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles del bosque y estar en la cima de la colina, así la gente me mirará desde lejos y pensará cuán cerca estoy de Dios”.
Después de unos años, un grupo de leñadores vino hacia los árboles y como los vieran adecuados para entregarlos a manos de los carpinteros, los cortaron y se los entregaron a ellos. Cuando el primer árbol llegó a manos del carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales y fue puesto en un establo y llenado con paja. Se sintió muy mal, porque no era eso por lo que tanto había orado. El segundo fue cortado y convertido en una pequeña barca de pesca y fue destinado a un lago. Y vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes habían llegado a su fin. El tercer árbol fue cortado en dos largos y pesados tablones y dejado en la oscuridad de una bodega. Años más tardes, los árboles olvidaron sus sueños y sus esperanzas.
Entonces un día, un hombre y una mujer llegaron al establo. Ella dio a luz un niño y lo colocó en la paja que había dentro del cajón en que había sido transformado el árbol. Este sintió la importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.
Años más tarde, un grupo de hombres subió a la barca en la cual habían convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba muy cansado y se durmió. Mientras, una gran tormenta se desató, los hombres, asustados, despertaron al que se había dormido, el que se levantó y dijo a la tormenta que se callara y ésta se calmó. En ese momento, el segundo árbol se dio cuenta que llevaba al Rey de Reyes y Señor Universal.
Finalmente, un tiempo después, alguien vino y tomó el tercer árbol que, convertido en tablones, había sido transformado en cruz. Alguien la cargó por las calles al mismo tiempo que la gente le escupía, insultaba y golpeaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el portador de la cruz fue clavado en ella y levantado para morir en la cima de la colina. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta que él había sido lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina y estar tan cerca de Dios como nunca la había estado nadie, porque Jesús había sido crucificado en él.
Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a sus planes, debe saber que siempre Dios tiene un plan para usted. Cada árbol obtuvo lo que pidió, sólo que no en la forma que ellos pensaban. Los caminos de Dios no suelen ser los que nosotros deseamos para nosotros, pero si confía, Dios siempre le sorprenderá respondiendo a los más hondos anhelos de su corazón.