Mártires

Cuando escuchamos la palabra “mártir” o “martirio” inme­diatamente evocamos a los primeros cristianos que en los circos de los romanos eran comidos por los leones. Es la imagen que se nos ha quedado grabada desde pequeños cuando se nos enseñaba el catecismo y que el cine se ha encargado de mostrar­nos con imágenes evocadoras. Pareciera, pues, que el tema del martirio es un tema del pasado, de la historia de la Iglesia, algo ya superado con el tiempo.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En dos mil años de cristianismo, se calcula que 70 millones de cristianos han sido asesinados por su fe, y de ellos, 45 millones y medio, o sea el 65%, fueron martirizados en el siglo XX, o sea, muchos de ellos han sido martirizados cuando usted y yo ya habíamos nacido.

Fíjese que en el año 2002 murieron 30 misioneros católicos en el desempeño de su ministerio, de ellos, 19 eran sacerdotes, 6 religiosas, 3 seminaristas y 2 laicos, uno de estos laicos era una enfermera voluntaria. El continente más peligroso para los cris­tianos hoy es África. Y América no se anda lejos, porque en el mismo año fueron cuatro los sacerdotes asesinados por su fe en Colombia, México y Jamaica. Estas cifras se refieren sólo a los misioneros.

Lejos de ser un tema de historia, el martirio es una realidad muy actual, y que, incluso, va en aumento. Mientras en la década de los años ochenta del siglo XX se pudo constatar el asesinato de 115 misioneros, en la década de los noventa esa cifra subió dramáticamente a 630. Y la lista no incluye los miles de cristianos asesinados en Indonesia, por el hecho de ser cristianos y no avergonzarse de su fe, y la de miles de cristianos encarcelados en China, en Sudán, en Ruanda, de los cuales no se sabe nada. Según estudios protestantes, los mártires del año 2000, incluidos católicos, ortodoxos y protestantes serían, sólo en el año 2000, nada menos que unos 165.000, hermanos nuestros asesinados por la fe.

Las corrientes ideológicas que hoy alientan la persecución de los cristianos son principalmente dos: el comunismo, en aquellos países en los que todavía se mantienen en el poder, como Cuba o China; y el Islam fundamentalista.

De muchos de estos mártires de nuestros días se sabe que murieron rezando por la conversión y el arrepentimiento de sus ver­dugos y todos pusieron su muerte como signo de victoria sobre el odio y el mal. Son la prueba actual de que la “buena muerte” es la que se ofrece por amor y no la que se trata de evitar con la eutanasia. Sorprendente ¿verdad?

Con todo, y a pesar de la sorpresa, podemos caer en la ten­tación de pensar que se trata de una realidad que, si bien se está dando actualmente en el mundo, ocurre en lugares muy lejanos, que no me tocan de cerca. Es cierto, es muy posible que ni usted ni yo seamos incluidos en la lista de los primeros mártires del tercer milenio, pero el ejemplo que estos hermanos nuestros nos están dando hoy, de vivir su fe hasta el derramamiento de sangre, ha de ser un incentivo permanente para vivir con más entusiasmo nuestra propia fe, para salir de ese catolicismo burgués en el que estamos sumido y que nos está llevando al riesgo de que el Espíritu Santo nos vomite de su boca. Rece por ellos, para que sus fuerzas no desfallezcan, y cuando usted se sienta débil en su fe, recuerde que en algún lugar del mundo hay alguien que está derramando su sangre y su vida por Cristo, no ayer ni antes de ayer, sino hoy.