Venciste Galileo

Los primeros años de la Iglesia fueron años de sufrimiento, de persecución y de martirio, lo que el cine se ha encarga­do de mostrar suficientemente; seguramente usted se acuerde de esa hermosa película llamada Quo vadis, donde la tragedia de los mártires quedaba claramente mostrada. Pero esto cambió a principios del siglo IV con el llamado Edicto de Milán por el que se permitió a los cristianos poder profesar su culto en igualdad de condiciones que el resto de las religiones que había en el im­perio romano. Esto lo hizo el emperador Constantino, pero años después, otro emperador, el emperador Juliano dio marcha atrás y empezó de nuevo a perseguir a los cristianos, por lo que pasó a la historia como Juliano “el apóstata”. Murió en el desierto de Libia persiguiendo a los cristianos, y sus últimas palabras antes de morir fueron “Venciste Galileo”.

He estado en Moscú asistiendo a un congreso organizado por la Academia de Ciencias de la Federación Rusa, nombre que tiene en la actualidad la antigua Unión Soviética. Lo hice integrando una pequeña comisión de la Santa Sede invitada a un congreso organizado por la Academia de Ciencias rusa sobre el tema “Estado, sociedad y religión, aspectos históricos y proble­mas actuales”. Después de la caída del comunismo, ya se puede hablar de religión sin temor a ser llevado a Siberia, y se pueden practicar los cultos propios de cada religión. Pero se trata de un tema muy poco conocido académicamente, pues no existe una experiencia inmediata de relaciones entre el Estado y las Iglesias, y tampoco un mayor conocimiento histórico del tema, pues du­rante décadas lo religioso se trató de borrar y de eliminar por ser considerado el opio del pueblo. El mismo lugar donde estábamos reunidos, la Academia de Ciencias, había sido la sede desde donde por decenios se había tratado de construir una historia y una ciencia al margen de Dios y, peor aún contra Dios.

Sin embargo, en ese mismo lugar estábamos reunidos acadé­micos de diversas partes del mundo, tratando el tema religioso y hablando abiertamente de Dios. De hecho en la inauguración del mismo estaba en la mesa presidencial, además del presidente de la Academia, el nuncio apostólico de Su Santidad en Rusia, el ar­zobispo de Moscú y el delegado del patriarca ortodoxo de Rusia. Y el último día, en el mismo lugar, con un acto académico solem­ne, se presentó el segundo volumen de la Enciclopedia católica rusa. Y como a lo divino siempre ha de acompañar lo humano, todo fue concluido con un generoso coctel en el que, para mi sorpresa, no estuvo ausente el vino chileno; y como estábamos en Rusia, el vino tenía que hacer honor al lugar, por eso no me extrañó que el vino chileno que nos ofrecieron se llamara Isla Negra, lugar donde reposan los restos de Pablo Neruda, militante del partido comunista chileno.

Se trataba de un acontecimiento que hace quince años atrás era impensable en la Academia de Ciencias de Rusia, y ello su­cedía exactamente tres días después de que había sido enterrado Juan Pablo II, uno de los grandes artífices de los acontecimientos que hicieron posible lo que en esos momentos estaba sucediendo en esos salones. Es por lo que, mientras escuchaba a los académi­cos, no pude evitar de acordarme de esas palabras de Juliano el apóstata que, como un eco lejano, volvían a escucharse en el aula magna de la Academia de Ciencias de Rusia: venciste Galileo.