La presencia de los padres

Ya he puesto de relieve y lo seguiré haciendo, la importancia que para el equilibrado y maduro crecimiento de los niños, especialmente en su afectividad, o sea, en su capacidad de amar, tiene la presencia de los padres durante la infancia. La psicología moderna insiste en esto y también la pedagogía. Sin duda que la importancia del colegio es grande, pero la presencia y el acompañamiento de los padres es insustituible. Y cuando hablo de pa­dres, me refiero al padre y a la madre, hombre y mujer, no a dos padres ni a dos madres como hoy pretenden algunos sin tomar en cuenta el daño inmenso que pueden hacer al niño cuando le imponen dos papás o dos mamás homosexuales, o el progenitor A y el progenitor B como se estila ahora en España.

La directora de un colegio rural se dirigía una vez a los padres en el colegio y les ponía de relieve esto que estoy comentando, o sea, lo importante que es para el sano crecimiento afectivo y emocional de los niños la presencia y el cariño de los padres. Uno de los papás que estaba presente pidió la palabra y con gran respeto comentó a la directora que, si bien estaba completamente de acuerdo con lo que ella estaba diciendo, no podía llevarlo a la práctica porque, cuando salía en las mañanas a trabajar, era muy temprano y su hijo todavía dormía; y cuando llegaba en la noche, era muy tarde y su hijo ya se había acostado y dormía. Su trabajo le imponía esos horarios y lamentablemente no podía dejar de trabajar porque era el único medio de subsistencia que tenía para mantener a su familia. La directora pensó que aquel padre estaba de alguna manera excusándose y pensaba hacerle un comentario, cuando el padre siguió hablando. Efectivamente había semanas enteras que su hijo no lo veía, pero aunque todas las noches su hijo dormía cuando él llegaba, aquel padre se acercaba a su camita y le daba un beso, y para que su hijo fuera consciente a la mañana siguiente que su padre se había acercado a su cama y lo había besado, le hacía un nudo en un extremo de la sábana. De esta manera, cuando el niño despertaba en la mañana siguiente deshacía el nudo y se aseguraba, así, de que su padre había estado con él, al lado de su cama y le había besado, aunque él no se había dado cuenta. Cuando la directora le preguntó quién era su hijo, cayó en la cuenta que era uno de los mejore alumnos del colegio.

La presencia de los padres es importante; el acompañamiento de los padres es importante; el cariño de los padres es importante. Pero más importante aún es que los niños se sientan queridos, se sepan queridos. Este pequeño no veía durante muchos días a su padre, pero el nudo puesto en la esquina de su sábana todas las noches y que él deshacía todas las mañanas era la señal inequívo­ca no sólo de que su padre había estado con él y lo había besado, sino, más importante aún, que lo quería.

No es suficiente querer a nuestros hijos; hay que expresarles con palabras y con obras que los queremos y, a veces, los peque­ños gestos dicen más que mil palabras. Usted a quien Dios le ha dado la alegría de poder ver a sus hijos todos los días, ¿con qué pequeño gesto les va a manifestar hoy su cariño? Piénselo y hágalo y, de paso, acompañe ese gesto con una oración para que el Señor y la Virgen Santa le permitan a usted poder hacerlos crecer maduros en su afectividad, capaces de amar con mayúscula, porque si algo necesita el mundo de hoy es de hombres y mujeres que, con amor maduro, amen apasionadamente al mundo.