Un macho depredador

Estamos iniciando la celebración de las fiestas patrias, pero, lamentablemente, en medio de nubes oscuras que se levan­tan sobre nosotros como consecuencia de la decisión del actual gobierno de repartir gratuitamente a los niños mayores de 14 años, y sin el consentimiento de los padres, la tristemente céle­bre píldora del día después. Como bien lo han señalado nuestros obispos, otros anuncios habíamos esperado y no un ataque tan brutal a la familia y a la dignidad de la mujer.

No me detengo en si la píldora es o no abortiva; todo apun­ta a que sí lo es, y los estudios que sobre ella se están haciendo tienden a confirmar esta afirmación. Tampoco me detengo en el daño que la píldora está causando a quienes la utilizan; ya se sabe de numerosas muertes que la misma está ocasionando en los diversos países donde se está utilizando. Tampoco me voy a detener en el inmenso negociado que hay detrás de ellas, pues la danza de millones, no de pesos sino de dólares, que hay detrás es difícilmente imaginable. Me quiero detener en otro aspecto.

Desde hace tiempo vienen desarrollándose medidas para evitar la concepción y el nacimiento de los niños concebidos: la píldora anticonceptiva, la legalización del aborto, la píldora del día después, son algunas de ellas. Pero si usted se fija, todas ellas se centran sólo en la mujer. La mujer que utiliza anticonceptivos obtiene lo que quiere, esto es, evitar la concepción o la anidación del óvulo fecundado, porque no pocos de los anticonceptivos de uso generalizado son microabortivos. Pero, además, obtiene algo que ella no quiere ni busca, porque todos los anticonceptivos, tarde o temprano, producen efectos colaterales que, por supues­to, los ha de sufrir la mujer. Ni qué decir del aborto, pues el daño físico que puede provocar, las secuelas que de él se originan y, sobre todo, el daño psicológico que produce en la mujer que lo practica, dejan una huella indeleble. ¿En quién? En la mujer que lo ha practicado. Ahora es la píldora del día después, con las secuelas de microaborto y, sobre todo, de daños que llegan hasta la muerte en algunos casos, todos los cuales los ha de padecer la mujer.

¿Y el varón? Nada, absolutamente nada. No hay ningún daño, al menos somático, que le pueda afectar. Por el contrarío, lleva todas las de ganar. Porque con este tipo de medidas, lo único que se está consiguiendo es facilitar al macho que pueda llevar adelante su vida sexual sin trabas de ninguna especie. Hacerlo cuando él quiera; como él quiera, donde él quiera; que la mujer se encargue de tomar los anticonceptivos, que la mujer se haga un aborto si ha quedado embarazada y, ahora, que la mujer tome la pildorita del día después. En otras palabras, el costo de todas estas medidas los asume sólo la mujer, sin que el macho tenga nada que asumir. O sea, la consecuencia directa de todas estas medidas no sólo es afirmar aún más la sociedad machista sino que, sobre todo, es hacer del hombre un “macho depredador”, que pueda hacer uso y abuso de su sexualidad sin traba alguna y, lo que es mejor para él, sin sufrir consecuencia alguna, radicándose el costo de todo esto sólo en la mujer. Es por lo que llama aún más la atención que las grandes impulsoras de estas medidas sean precisamente las mujeres, que, bajo el argumento de una falsa “liberalización”, lo único que están consiguiendo es entregar a las mujeres a los caprichos del macho que, en todo esto, es el que lleva todas las de ganar.

Hombre y mujeres han sido redimidos por la sangre de Cristo y son iguales en dignidad. Medidas como la anunciada por el actual gobierno no hacen sino que degradar a la mujer, dejándola entregada por completo al capricho sexual del hombre, al que estas mismas medidas están convirtiendo en un macho depre­dador.