Violencia intrafamiliar

Una de las grandes limitaciones de la vida intrafamiliar con­temporánea es la violencia intrafamiliar, ya en su forma más descarnada y cruel de la violencia física, ya en su forma más refinada pero no menos cruel de la violencia psicológica. Aun cuando se han adoptado medidas legales que intentan superar este drama, estas medidas han sido insuficientes y la violencia sigue; quizá se ha mitigado en parte, pero no ha sido erradicada lo que, a decir verdad, es imposible con una ley porque la causa de toda violencia está en el corazón y no es tarea ni competencia de la ley el poder cambiarlo. Pero al menos existe la intención y la reprobación social del hecho.

Porque hay sistemas jurídicos y religiosos que no sólo justifican sino que recomiendan la violencia del hombre contra la mu­jer pero no de la mujer contra el hombre, porque ésta también se da. El Corán, que es el libro religioso básico de los musulmanes y también su primera fuente de derecho, dispone que el hombre puede pegarle a la mujer cuando ésta se porta mal. El Corán se cuida mucho de no decir cuándo se entiende que la mujer se porta mal, con lo que deja entregado al arbitrio, o al capricho, del marido entender que su mujer se ha portado mal y castigarla. El problema es que al hacerlo, y esto es lo peor, el hombre que castiga a la mujer está cumpliendo un mandato divino, o sea, está alcanzando gracias a los ojos de Alá.

Hace pocos años, un mufti musulmán de Barcelona, en Espa­ña, es decir, algo así como su pastor religioso, escribió un libro en que daba consejos a los hombres musulmanes de cómo pegarle a sus mujeres sin dejar huellas para evitar así que se les aplicaran las leyes contra la violencia intrafamiliar que existen en cualquier país civilizado. Obviamente que las autoridades catalanas lo en­carcelaron y bien merecido que lo tenía.

El cristianismo, en cambio, sigue a un Dios encarnado que nos ha dicho “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. El amor hace que el que ama se quiera parecer a la persona ama­da. El cristiano que ama a Cristo, sinceramente, querrá parecerse a Él y comportarse como Él. Por eso, en el fondo, la violencia intrafamiliar es un problema religioso, porque el hombre o la mujer que aman sinceramente a Dios jamás usarán la violencia en sus relaciones de familia y tampoco en sus relaciones sociales. Quien dice que ama a Dios y le pega a su mujer o a su marido, simplemente es un farsante.

Últimamente ha aparecido un nuevo tipo de violencia intrafamiliar. En una reciente entrevista un juez de menores español decía que los casos que más veía aumentar eran el maltrato de los hijos a sus padres. ¿Cómo se llega a tan horrible situación? Muy fácil: dele al niño lo que pide, no lo obligue a nada en casa, no le haga reconocer sus malas conductas, desautorice a los profesores que le llaman la atención. Por miedo a parecer que no están en “onda’ o que los califiquen de “fachas” o de “retrógrados”, muchos padres no se han atrevido a poner límites a sus hijos, deján­dolos huérfanos. Y ahí tienen las consecuencias.

Se trata de un tipo de violencia de la que no estamos libres y es posible que lleguen a los tribunales situaciones dolorosas como las que ya se ven en los tribunales españoles. La oración alimenta el alma y da fuerzas para ver lo malo y corregirlo. Con cariño, es cierto, pero con firmeza. Y la mejor de las oraciones es la oración en familia. Rece con sus hijos en la casa, invítelos a ir en familia a Misa, y así estará poniendo los medios para que la gracia de Dios se derrame en ustedes y no les haga sucumbir a la tentación fácil, pero inhumana, de dirimir las controversias por medio de la violencia.